Cómo es posible que la profesión periodística sea uno de los principales agentes garantistas del artículo 20 de la Constitución Española –derecho a la información- y goce, sin embargo, de mala salud entre buena parte del conjunto ciudadano. Cómo es posible que el cuarto poder, enemigo histórico de las tiranías, incluso en tiempos de democracia, se gane también la enemistad de los votantes, a priori críticos con los mandatos. Cómo es posible que poderosos y empoderados caigan, tantas veces, en la crítica destructiva de los cimientos del avance como sociedad: una prensa de calidad.
Siempre he visto el periodismo y la política como dos entes que confluyen en una hermandad indisoluble. Pero el periodismo es mucho más, eso es evidente. Si la historia, antes de ser historia, es periodismo, este ha de abrazar realidades tan diversas y dispares como espacio proporciona Internet; es decir, infinito. Bajo esta premisa, y partiendo del plano social, la función informativa, da paso a un cometido de conciencia social absolutamente imprescindible. Y es precisamente en ese punto donde los límites se difuminan en tantísimas ocasiones. Los hechos y la ética se abrazan en una lucha que convierte a la veracidad en un auténtico poliedro.
El último informe de la Asociación de Prensa de Madrid (APM) recoge que un 75% de la sociedad mantiene una opinión negativa sobre el periodismo. Es decir, tres de cada cuatro consumidores de la información. El amarillismo, la falta de rigor en los contenidos publicados o los intereses económicos que ocultan los grupos editoriales a los que pertenecen los principales medios, se convierten, según el mismo informe, en las principales causas de la imagen negativa que acarrea la profesión periodística. En este punto, hay que volver al poliedro del párrafo anterior y plantearse qué caras están permitidas.
Existen límites, por ejemplo, en el sensacionalismo de imágenes y titulares. Probablemente, los fotógrafos de La Voz de Galicia se toparon con un panorama desolador en el descarrilamiento del Alvia la tarde del 24 de julio de 2014; probablemente fuese más fácil capturar el dolor y la desgracia de Angrois a golpe de cadáveres en las vías. Pero, precisamente, el valor añadido, la verdadera razón de ser del periodista, reside en encontrar el límite. El punto justo para informar, impactar y cumplir con los valores de respeto e intimidad de heridos, fallecidos y sobre todo familiares. No hay tirada vendida ni realidad existente que justifique una portada macabra, que es, además, decididamente evitable. Y esa responsabilidad la tienen –la tenemos- los periodistas.
Entonces, la verdadera pregunta es hasta qué punto está permitido criticar a la prensa. Caeríamos en una absoluta controversia si abanderásemos la libertad de expresión y girásemos la cara ante las críticas. Pero todos tenemos responsabilidades en este juego de roles. Los periodistas, ejercer su trabajo desde la responsabilidad y los valores como seres humanos; los ciudadanos, consumidores de información, hacer una crítica desde la consciencia de la importancia de la labor informativa. “Una prensa cínica, mercenaria y demagógica, producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”; la cita pertenece a Joseph Pulitzer y creo que no se equivocaba.